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Carta a mi Padre.

Un dieciocho de abril de hace veinticinco años, entre las doce y las trece horas, fallecía de muerte súbita mi abuela paterna, Teresa. Veinticinco años después, un mismo dieciocho de abril, entre las doce y las trece horas, falleció de muerte súbita mi padre, Adolfo Galán Salvador. Mi Abuela con cincuenta y seis años, mi padre, con cincuenta y ocho años, ambos de la misma dolencia cardíaca, ambos con media vida por delante, y un nieto al que ver crecer, en el primer caso quien esto escribe, y en el segundo mi hijo, Juan Adolfo, de tan sólo ocho meses.

Adolfo, papá, ahora, cuando he de escribir los artículos sin que tú estés para corregirlos, he de escribir el más importante de mi vida, aquel en el cual te he de contar tu funeral y dar las gracias a quienes se acordaron de ti en tú último viaje, el más largo, el más duro, ahora que ya empezabas a cansarte de coger aviones.

Las cosas han sido casi como tú las dejaste escritas, me resultó fácil encontrar las carpetas en tu ordenador donde me dabas indicaciones para todo. Como siempre previsor y ordenado hasta en la muerte.

La esquela en La Nueva España ha sido “un poco grande”, para que se viera bien. Nuestros compañeros de la Fundación Inclínica tuvieron el detalle de poner otra, de forma que llamaste más la atención ese día.

Te incineramos, sí, no habrá riesgo de que “flotes” en el panteón, tus cenizas reposan a salvo de las aguas mosconas.

No te hicimos caso con las flores, hubo muchas, de todo el mundo, nadie optó por dar el dinero a “alguna ONG”, querían acompañar tu adiós de la forma más bonita posible, y así fue. Aún hoy, en el panteón en Grao, siguen relucientes las rosas blancas de tu nieto, sobresaliendo más que ninguna otra, demostrando que en ellas se encuentra la vitalidad de un niño, el amor de un nieto.

También hubo escritos recordándote en este tu periódico. Escritos de tus amigos, Pepe Monteserín, Manolo Herrero, Manolo Rubio, Joaquín Valdeón, Carmen Ruíz-Tilve, y, ahora yo, tu hijo.

También se acordaron de ti Fernando Beltrán, Jaime Siles, y otros muchos escritores a los que tú siempre apoyaste con tu presencia en sus presentaciones y/o conferencias. Te fuiste poco antes de tu día, el día del libro, y ese día todos ellos se acordarán de ti.

En la red, ahora que la dominabas, Mariví y Helios te dedicaron su particular homenaje, incluso Mariví te llevó flores al Auditorio, donde el día de tu muerte todas las notas sonaron a llanto.

En todo momento seguimos el ceremonial católico, con responsos, ceremonia en el tanatorio y funeral, apoteósico, en San Juan, donde te casaste con mamá, donde yo me casé y donde te hemos dicho adiós. A pesar de que tú no lo habías previsto, seguro para que no gastásemos dinero, un cuarteto de la OSPA tocó tu música preferida de Mozart, y yo les pedí que te dedicasen el Canto de los Pájaros de Pau Casals que Nicolás Cernea, el violonchelista ejecutó magistralmente.

La iglesia estaba a reventar, con gente de pie, todos tus amigos, nadie faltó; ni el PUMUO, ni Tribuna Ciudadana, ni la Peña de El Impala, ni la del Yoraco, ni los amigos de Grao, ni los de Gijón, ni los miembros de la Fundación Inclínica, ni los compañeros del Banco, veinticinco años después, allí estaban, nadie faltó (ni los primos de Lugo, ni siquiera alguno de los de Madrid). Incluso, al final, tras atreverme a leer algo de que lo que tú habías escrito y no te habías atrevido a publicar te aplaudieron, a ti, si papá, te aplaudieron en la iglesia, en tu funeral, a pesar del mohín de D. Álvaro.

¿Y ahora qué? Pues ahora toca dar las gracias a todos lo que te quisieron en vida, te acompañaron en tu muerte y, seguro, te recordarán siempre. De dar esas gracias ya me encargo yo, tranquilo.

Papá, te has ido, pero no nos has dejado, han sido tantos los momentos buenos a tu lado que a pesar de partir con sólo 58 años, has llenado miles vidas, tantas como las de los protagonistas de tus libros leídos, miles, tantas como las de los héroes y los villanos que has escuchado en la ópera, tantas como notas musicales has sentido.

Como verás Flin las cosas han sido más o menos como tú las habías previsto: te has muerto joven. Tantas veces me lo advertiste que nunca te había creído y ahora, que ha sido verdad y que ya no estás, tengo tantas cosas que preguntarte, tantos abrazos que darte, tantas veces decirte que te quiero.

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