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Pro Libertate

Y a mí, ¿quién me subvenciona?

Y a mí, ¿quién me subvenciona?

Es el nuestro un país de contradicciones, quizás como todos, pero dado que son nuestras contradicciones, y a que a nosotros nos afectan, nos resultan más ¿interesantes? En un año, 2008, que celebramos 200 del levantamiento popular contra el invasor francés, un levantamiento también lleno de contradicciones, estas perduran y se muestran como elemento destacado de la idiosincrasia española.

¿Se alzó el pueblo español contra el invasor por miedo a perder su libertad o por amor a un déspota como Fernando VII? ¿Fue un levantamiento que vino a confirmar la fama de pueblo individualista o la confirmación del amor por un padre Estado (Monarca en ese caso)? ¿No son hoy esas nuestras contradicciones? ¿Cuántos derechos individuales le reclamamos al Estado permanentemente, cuántas veces esgrimimos el argumento constitucional contra los abusos de los otros? ¿Cuántas veces, cuántas, a su vez reclamamos de ese mismo Estado, de esos mismos otros, de todos los ciudadanos en suma, que se plieguen a nuestros intereses para protegernos, para no dejarnos solos? ¿Pueblo individualista o amante de colectivismo estatal, autonómico y/o local, dependiendo de lo cerca y grande que sea el campanario de cada uno y lo difícil que le resulte perderlo de vista?

Que contradicciones las de este pueblo, tan bravo, tan irreverente, pero tan quejumbroso, tan llorón, con tantas ganas de que se lo hagan todo, de no tener responsabilidad por nada, de que le den lo que es suyo nada más, ya sea un precio mínimo para los transportistas, que no quieren que les financiemos los beneficios (sic), sólo que les cubramos los gastos (sic), como si hubiera diferencia. Que pueblo éste que tanto le gusta ser solidario con el tercer mundo pero que arruina, tirando por los suelos, miles y miles de toneladas de productos básicos cuando nuestros agricultores salen a la calle a reclamar, ¿qué?, subvenciones, ayudas para no cerrar sus explotaciones ineficientes, que son incapaces de competir con los productos del tercer mundo, al que dicen querer ayudar pero a costa de impedir que los consumidores compremos sus productos. ¿Dónde se ha visto que coma yo tomate africano seis veces más barato que el español, intermediarios incluidos, eso ogros, los intermediarios? Otra solución es que todos fuéramos con nuestras cestas a comprar a las explotaciones agrarias. ¿Quién va el primero? ¿En transporte privado o colectivo?

Que país éste, con miles de kilómetros de costa y una flota al borde de la ruina. Pero ¿por qué?, porque no les damos suficientes ayudas, ¿quiénes?, el resto de ciudadanos, los que pagamos la gasolina y el gasoil sin rechistar, los comerciantes y viajantes que nadie apoya, los profesionales liberales a los que la Agencia Tributaria no les permite incluir como gasto de su actividad profesional el coche ni la gasolina, todos esos ciudadanos que no dejan de pagar impuestos para que se destine a ayudar a otros que desarrollan actividades deficitarias.

Que país éste donde si mi pequeño negocio va mal he de cerrar destruyendo puestos de trabajo y quedándome sin el sustento de mi familia, pero en ningún caso podré dejar de pagar impuestos para que otros vean crecer sus ayudas, florecer sus recolocaciones e incluso, llegando al colmo del descaro, ser incluidos como trabajadores de empresas públicas.

Que país este donde el Presidente del Gobierno dice que seguirá subiendo el Salario Mínimo Interprofesional por encima del IPC, para no dejar a su suerte a esos trabajadores, pero sin recordar que dicho salario no lo paga él, lo paga el microempresario que ante dicha subida decide prescindir de puestos de trabajo. ¿Qué desea el señor Presidente del Gobierno, puestos de trabajo con sueldos ajustados a las posibilidades del mercado o desempleados cobrando de todos?

Y qué culpan tiene ellos me dirán, si lo piden y se lo dan. ¿Por qué no hacemos el resto lo mismo? Claro, he ahí otra característica esencialísima del español: que todos engañan, que todos roban, pues no voy a ser menos.

Estamos, pues, en la misma discusión que hace siglos, parece tal que tengamos ante nuestros ojos a los escolásticos de la Escuela de Salamanca (Mariana, de Vitoria, de Soto, Azpilcueta y demás), primeros liberales económicos, y aún no nos haya quedado claro que hemos de hacer con los precios. ¿Mercado o regulación? La historia no ha existido para muchos de los nuestros: ni comunismo, ni autarquía, ni corralitos, ni ejemplos varios sobre la necesidad del precio de mercado como regulador. Nada. ¡La historia para el Parlamento y el precio fijo para el pan!

¡Ay! de este país rebelde, de histórica y heroica bravura, solidario con todos, que es capaz de hacer días de cola y pagar grandes sumas de dinero para ver a un torero o un partido de futbol, en éste mi país, España, a mí,  españolito, profesional liberal, ¿quién me subvenciona?

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