El Fuego Social Devorador.
Quien fuera Ministro de Trabajo en los años 80 en Chile, José Piñera, autor de la reforma de las pensiones más importante que se ha llevado a cabo en el mundo hasta la actualidad y que hasta hoy ha sido un éxito y se muestra como el mejor camino para salvar el dinero de los trabajadores, manifestó con acierto que nada hay más peligroso que un ciudadano, que transformado en político, descubre las arcas de su administración llenas y le invade un fuego social devorador. Dicho en otros términos, nada hay más peligroso que un político dispuesto a solucionar los problemas del mundo con el dinero de los contribuyentes, o como se dice vulgarmente, a disparar con pólvora ajena.
La transformación del viejo estado de derecho liberal del siglo diecinueve y primeros del veinte, tan bien descrito por Stefan Zweig en Memorias de un Europeo, en los actuales estados sociales ha transformado una institución, el estado, por definición coactiva, cuyas únicas misiones deberían ser proteger la seguridad y la vida de sus ciudadanos y salvaguardar sus propiedades, en un inmenso leviatán que está dispuesto a ser nuestra sombra de la cuna a la tumba en palabras del socialdemócrata austriaco Otto Bauer.
El poder que otorga la recaudación de impuestos y de cotizaciones sociales es superior a la posesión de cualquier ejército. La imposición de cualquier medida en nombre del orden o la moral es imposible hoy en día, pero la confiscación de los frutos del trabajo para el enaltecimiento y mantenimiento del poder de las clases políticas se cobra con tal celeridad y falta de oposición que bien se puede decir que todos estamos imbuidos del más fanático espíritu socialdemócrata.
El estado social, español o cualquier otro, está sustentado por la clase trabajadora; es ella, la que con sus impuestos, fácilmente detraídos de sus nóminas, sufragan todas las dádivas de los políticos. Son los trabajadores que menos tienen los que sufragan las prestaciones universales, los que colaboran en el pago de dinero a los matrimonios acomodados con hijos.
Por eso no sorprende, aunque si asusta, la absoluta condescendencia con que se aceptan las más inverosímiles propuestas y en estas fechas no hace falta indicar ninguna porque absurdas e increíbles lo son casi todas, sin plantearse unas mínimas y evidentes preguntas. Cuando un periodista pregunta en la calle a cualquier ciudadano que le parece una u otra medida “social”, siempre, siempre da el visto bueno a la misma y considera que es escasa, que el estado debería dar más, más “de eso” que es “gratis”. Será la mala educación universitaria o la falta de interés del profesional, pero a ningún periodista “de calle” se le ha visto efectuar las siguientes preguntas obligatorias: ¿Sabe usted de dónde saldrá el dinero para pagar esas prebendas? ¿Aceptaría que le subieran los impuestos para pagar a todo el mundo más prestaciones? ¿Es justo que usted sufrague los gastos de los hijos de quien más dinero tiene? ¿Es justo que se le pague parte del alquiler a unos mientras otros han hecho el esfuerzo de hipotecarse? ¿Es justo pagar por estudiar mientras otros además de hacerlo bien han trabajado? ¿Es justo otorgar subvenciones a los empresarios con los impuestos de los trabajadores? ¿Usted sabe, verdad, que el Gobierno, ningún gobierno, tiene una máquina de hacer dinero? Lo sabe, ¿verdad? Nadie hace estas preguntas en la calle.
Resulta difícil contrarrestar medidas tan populistas. Resulta extraño tener que defender ideas de libertad frente a modelos que empobrecen a las sociedades y restringen la libertad de elección. Y resulta complicado porque allá donde miremos y allí donde leamos siempre encontramos el mismo discurso que emana de ese fuego social devorador, de ese ansia por salvar un mundo. Así, no hace mucho, hemos podio leer en un dominical dedicado a mujeres un reportaje sobre la escritora “comprometida” Naomi Klein, la cual como tantos otros comprometidos se ha hecho multimillonaria denunciando el sistema capitalista, gracias a dicho sistema.
El reportaje en cuestión se iniciaba por la periodista citando a los padres del que ella denominaba “capitalismo salvaje”: Milton Friedman y Friedrich August Haek (sic). Con independencia de que el segundo se apellidara en realidad Hayek, de que ambos fueron premios Nóbel de Economía y de que sus escuelas, la de Chicago y la Austriaca, respectivamente, tengan notables diferencias, sorprende como en una revista de divulgación para féminas, una revista “ligera”, se cite a estos dos autores como padres intelectuales del “salvajismo” denunciado. Es más, sorprende que la misma revista que publica este artículo contra el capitalismo y la globalización, que ensalza a la autora del best seller No Logo, en el resto de sus páginas exhiba sin moderación todo tipo de relojes de marca, vestidos de diseño, colonias de moda y coches de lujo. La tónica de nuestro pensamiento: en la página 10 anuncio del último SUV, en la 15 información sobre el último destino chic y en la 40 un artículo sobre la justa lucha del Che. Algo he escrito ya en este periódico sobre la coherencia intelectual.
El fuego social devorador ya ha engullido a los políticos de todos los partidos, y todos alegan la necesidad de subir tasas e impuestos con el fin de prestar mejores servicios. En realidad con el fin de poder seguir gestionando ingentes cantidades de dinero que nos confiscan para poder continuar efectuado propuestas descabelladas con el único objetivo de perpetuarse en el poder.
Decía Ronald Reagan que el gobierno no era la solución, sino el problema. En la actualidad el gobierno de todo estado social parece erigirse en la única solución para todos y su nuestro dinero se gasta a la ligera por los burócratas dado que no es de nadie.
¿Qué resta a las gentes por hacer cuando se les ha ahorrado las inquietudes de pensar y las tribulaciones que la vida comporta? Ya lo preguntaba Alexis de Tocquevile.
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